La última historia de Melchor
Melchor no sabía si su talento era una bendición o una maldición. Lo había descubierto a poco de separarse de su Aurelia, novia de antaño, con la que no se había casado luego de un prolongado noviazgo señoritil. Había visitado con Aurelia a sus muchas tías, y habían planificado casarse algún día, cuando las extrañas cosas que acarrearon el talento de Melchor se la llevaron lejos en su nuevo automovil. Descubrir ese talento le dio mucho trabajo. No se dio cuenta enseguida. Aurelia desapareció de su vida, cosa que le pareció rara. Pero se dio cuenta, por otro lado, que llovía mucho dondequiera que él fuera. Eso, como es natural, fue lo primero que notó cuando Aurelia se fue definitivamente al Norte.
-Yo no hice nada malo- se dijo. –Siempre le cumplí mis votos a mi novia. Era bueno con sus tías y le compraba regalos y chocolates. Mi relación con ella era cordial, aunque distante ya porque llegamos a viejos sin casarnos. Ahora que ella se ha ido, no sé qué hacer.
El talento de Melchor siempre había existido latente. La gente lo notaba cuando llegaba al cine Paradise con su novia y se apelotonaba un cerrado chaparrón.
-Llueve donde quiera que te llevo- le decía ella. –A veces me cansa que llueva tanto a dondequiera que vayamos. La humedad lo daña todo. Me canso y nuestro matrimonio se retrasa porque no encontramos volver al campo, donde tu talento tendría sentido. Lo podríamos usar para tener una finca de frutos menores, pero como no tenemos dinero para comprar una propiedad, llueve en vano.
Cuando llegaban al Paradise para ver una película, la gente que estaba con ellos se molestaba. Ya le habían pedido a Aurelia que se llevara lejos a Melchor, a un sitio en donde el hecho de que lloviera tuviera valor. Dondequiera que iban, caían gotas de lluvia. Eso fue lo que molestó a Aurelia, que dejó a Melchor con un muchacho que no tenía escuela y una persona de mucha edad.
-Yo he leído algunas cosas de personas como yo- se dijo Melchor. –Como ya no hay agricultura, el hecho de que una persona atraiga las lluvias, aunque es mágico, no entusiasma a nadie ya. He leído sobre alguien como yo que era hijo de un traficante de metales. A personas como yo los tenían viviendo en los junkers para oxidar metales. Había leído de otros que atendían a los adictos en hospitales de Oriente.
De niño no se había dado cuenta de que tenía ese talento. Un viejo oficial de tierras que lo había criado sin sus padres lo llevaba a dondequiera con un remolque, según se lo pidieran los campesinos. No se daba cuenta de que llovía a dondequiera que lo llevaran. Claro, él no estaba conciente de esa novedad cuando la gente que lo rodeaba lo notó. Cuando hubo una huelga de empleados de electricidad, en un pueblo del sur, lo llevaron en el remolque para que lloviera. No lo empleaban para tareas agrícolas, sino para romper huelgas o para dispersar a la gente con la lluvia que caía. Cuando le buscaron a Aurelia, ya todo el mundo sabía que eso pasaba con ese niño.
En el pueblo donde se había criado la gente no lo quería. Su talento para atraer el agua no tenía uso en un mundo industrializado. Lo pusieron a estudiar cualquier cosa, pero en realidad no lo usaban sino para las tareas de siempre. Romper huelgas o dispersar a la gente con el agua. Como no estaba conciente de que lo utilizaban para esos trabajos, la gente como es natural lo odiaba sin que él se diera cuenta de ello. Ahora, cuando su largo noviazgo con Aurelia terminó con la mudanza de ella al Norte, por fin tuvo conciencia de que algo pasaba con el cielo a dondequiera que él fuera. Ella no se lo hizo notar, ni los que lo odiaban tampoco. Como no era un trabajo por el que pudiera cobrar, como un maestro o un mecánico, pues no se daba cuenta. Ahora que Aurelia se había ido en su carro nuevo, sí se daba cuenta de que algo pasaba.
Sin Aurelia y con ese muchacho sin escuela, no supo qué hacer enseguida. Estaba lejos de los pueblos y de los cines, de las atracciones en general. La casa en la que vivía ahora estaba en un descampado en el que no se podia sembrar nada. Sí era verdad que llovía mucho dondequiera que él fuera, pero ese detalle tan fantastico parecía no asombrar a nadie. Tenía ese talento en un mundo que no necesitaba el agua.
-Debo tomar conciencia de mi capacidad- se decía. –Si me invitan a una huelga no debo ir porque va a llover. Debo quedarme en mi casa, aunque esté en este descampado donde no se siembra nada ni se hace nada.
Así que durante muchos años se quedó en el descampado aunque lloviera a cántaros todos los días. Se preguntó, como es natural, cómo era el mundo antes de que hubiera industria y el agua de lluvia no hiciera falta. Porque no servía para más nada, vegetaba largos periodos en ese sitio en donde no se podia hacer nada con su capacidad.
-En Arabia haría falta una pesona como yo- se decía. –Tendría honores y estaría rodeado de hijos y de personas que me quisieran. Aquí en esta isla no soy nada. No hago falta en realidad, pero tampoco se deshacen de mí. No sé qué hacer con el odio que me tienen cuando llueve.
Un buen día lo vino a ver un hindú. Tuvo el cuidado de averiguar si lo venía a ver para romper una huelga o para dispersar a una manifestación con el agua. No era así. El hindú se había comprado una finca en el sur de la isla y la quería irrigar. Así que empacó sus cosas y jaló para la finca del hindú, quien fue la primera persona que le pagó en toda su vida por su talento.
-El señor que me crió nunca me dijo que tenía ese talento- le dijo al hindú. –Tú eres la primera persona que me paga porque llueva. En realidad soy una persona muy odiada y sin hijos, aunque no sé por qué me odian. Puede ser que en el pasado no lloviera en esta isla, y yo soy de los primeros que la traen de gratis. Obviamente hay alguien que trabaja y alguien que cobra, pero como nunca conocí a mis padres, no tengo conciencia de nada hasta ahora, que me dejó Aurelia.
-Yo te diría que es mezquidad- le dijo el hindú. –En otros países hace falta el agua de lluvia. Aquí la traen de afuera como todo lo demás. No sé qué es lo que ha pasado contigo, pero conozco tu talento y he decidido pagarte para que te des cuenta. Claro, me odian por haberte pagado para irrigar mi finca, pues el tipo que te crió no te dio nada, ni siquiera una educación en la agricultura.
-Sí, era un charlatán- le dijo Melchor. –Conocía mi capacidad, pero nunca me lo decía.
Que lloviera mucho donde él vivía no garantizaba nada. Sentía a veces que su talento era una condena, especialmente cuando no podía hacer más nada que ver llover. Recordaba los tiempos en que fuera novio de Aurelia, que aunque comprensiva estaba hastiada de la capacidad de Melchor.
-Debieras averiguar lo que puedes hacer- le decía. –Que llueva tanto donde vives no te garantiza nada si no sabes qué hacer. La gente más bien te odia.
Y ese era el problema fundamental de Melchor. Que aunque tenía ese talento, no tenía una personalidad atractiva. Llovía mucho cuando salía a caminar y eso era todo. Como es natural, que lloviera mucho no significaba nada para un mundo que lo había superado todo. De manera que como no podía resolver hacer nada con su talento, la vida empezó a resultarle más bien pesada y estúpida que interesante o entretenida.
Como no supo resolver el problema enseguida, empezó a deprimirse mucho y la señora mayor con la que vivía lo llevó a ver un siquiatra.
El doctor, como todos los que conocían el problema de Melchor con el clima, lo vio llegar a su consulta y como es natural se molestó un poco cuando empezaron a caer las primeras gotas de lluvia. Sin embargo, toleró la situación y recibió a Melchor afablemente con mil promesas amables.
-Sí señor Melchor- le dijo. –He notado que llueve mucho dondequiera que tú vives. Sólo que la lluvia no siempre la necesitamos. Tu novia no sabía que más hacer contigo y te dejó cualquier día, pero creo que puedo ayudarte un poco. Lo esencial es que tengas una personalidad que no tenga nada que ver con lo que te sucede. Personalidad de agricultor, por ejemplo, no te buscaría yo. Preferiblemente nada que tenga que ver con el agua.
-¿Qué tipo de ser humano está lejos del agua de lluvia?- preguntó.
-No lo he pensado- le dijo el medico. –Es un problema nuevo el tuyo, ahora que hay agua para todo el mundo y no hace falta hechar agua de manguera en ninguna parte, precísamente porque hay personas como tú. Pero ya veremos qué tipo de personalidad ajena te conviene.
La primera personalidad que el médico le aconsejó tener era de vendedor. Los vendedores son como los gladiadores. El que gana vive con su novia en un complejo hotelero y el que pierde con su madre. El médico le consiguió varios catálogos de artículos promocionales para que Melchor fuese una especie de quincallero. Melchor iba a ser una persona activa y elocuente que hablaría mucho de los bolígrafos y los calendarios que el médico lo puso a vender. Los primeros días le fue bien, y pudo vender muchos calendarios pronto. Pero con la alegría que le dio su nueva personalidad de vendedor, vino como es natural la lluvia que lo seguía a todas partes y pronto sus clientes empezaron a molestarse cuando al llegar a un negocio, empezaban a verse grandes gotas de lluvia. Melchor trataba de disimularlo hablándole a los clientes de otra cosa que no fuera el clima. Les hablaba de sus perros o de sus gatos, de sus hijos si los tenían, pero ni modo. Negocio al que llegaba era un negocio anegado de agua. Se lo dijo al médico enseguida y el médico le aconsejó que escojiera a sus clientes.
-Busca clientes a los que no les moleste el agua- le dijo. –La gente que vende máquinas de cortar grama puede ser que no se de cuenta de que llueve cuando tú llegas. Y además no te quedes mucho tiempo hablando con el cliente. No le des tiempo a Dios para engancharte el consabido chaparrón que va a dondequiera que tú vas.
Puso en práctica el consejo del galeno, y fue breve en sus presentaciones con clientes a los que el agua no podría molestarles. No fue a ver un mecánico de carros, ni al dirigente de un equipo de pelota. Pensaba en los pescadores, que están todo el tiempo cerca del agua, y en los guardabosques, pero pronto supo que todos los negocios que tenían que ver con el agua estaban en una situación crítica.
-Con más razón para que los promuevas con tus bolígrafos- le dijo el médico. –Si no les va bien es porque son como tú. Debes buscar la manera de ayudarlos a vender peces o a vender árboles. Les haces un calendario con su nombre, su dirección y su número de teléfono.
La personalidad de vendedor le venía bien. El médico estaba contento porque Melchor estaba empezando a saber disimular su situación con el clima, y se quedaba poco tiempo con los pescadores o los guardabosques. Le fue tan bien como vendedor, disimulando su problema o talento, comoquiera que se le vea, que el hindú que lo había contratado para irrigar su finca se hizo pasar como pescador para llevarlo de nuevo a la finca. Cierto que esta vez no le pagaría simplemente por el hecho de que lloviera en la propiedad, sino por un mazo enorme de calendarios con el nombre de la esposa del hindú.
Cuando le dieron la dirección, y se vio repentinamente en la misma finca en la que había estado con el hindú, le extrañó no ver a nadie. Estaba allí una señora mayor, doctora en medicina y también diseñadora de personalidades, que habló afablemente con Melchor.
-Conseguimos disimular tu problema- le dijo. –Pero necesitaba que irrigaras la finca de mi hijo de nuevo. Por eso te pedimos que anunciaras a un pescador, aunque en realidad estás de nuevo aquí, y no en tu habitual descampado.
-Se lo agradezco, señora- le dijo Melchor. –Mi talento puede más bien ser un problema en la ciudad, donde me odian todos. Usted y su hijo me han hecho ver que soy así, y nunca olvidaré que me ayudaron a superar la ausencia de Aurelia.
-Sé que eres feliz con tu nueva personalidad de vendedor- le dijo ella. –Pero tarde o temprano te descubrirían. Vamos a tener que usar otra estrategia. Y como es natural, tu siquiatra y yo estamos buscando otro tipo de personalidad conveniente para una persona como tú. Si sigues como vendedor, tus clientes van a darse cuenta de que llueve dondequiera que vas. Y no siempre, como ahora, el agua es necesaria. Te pedimos que tengas alguna paciencia en lo que encontramos qué hacer contigo.
La nueva personalidad de Melchor ya no sería la de vendedor. Le fue bien hasta que la madre del hindú le explicó que lo estaban ayudando a aceptar su realidad. Ahora irrigaría de cuando en vez la finca de su amigo, aunque no tuviera dinero para comprarse una y tenerla irrigada por él. Trataba de pensar qué había pasado anteriormente con sus padres, como es que lo había criado un rompehuelgas, pero de su pasado no sabía nada ni de sus padres verdaderos. La madre del hindú le aconsejó que mejor no averiguara nada.
-Siempre supe de tí porque de joven fui una manifestante en una huelga- le explicó. –Me parecía raro cuando de joven huelguista pedimos una foto del rompehuelgas más peligroso y nos mostraron la foto de un nene que vivía con su padre de crianza en un remolque. Pensábamos las manifestantes que el rompehuelgas debía ser un abusador policía con macanas. No fue así, nos enseñaron una foto tuya cuando tenías diez años. Eso nos pareció extraordinariamente cruel, y luego cuando fuimos a la huelga a protestar, te vimos en el remolque con el charlatán y el pesado aguacero que cayó enseguida y que nos obligó a dispersarnos. Desde entonces te estudié, pues me pareció cruel que usaran tu capacidad para hacer esas cosas. Como eras un niño, no estabas conciente de que ese hombre te usaba sin decirte que no era tu padre- relató conmovida la doctora exhuelguista.
-Yo tampoco lo supe hasta que me llevaron al descampado- le dijo Melchor. –Fue cuando mi vieja novia Aurelia me dejó aunque me había portado bien con ella. Sabía lo mismo que todo el mundo, pues era más vieja que yo. Me mantenían siempre alejado de la agricultura, y si estaba en el campo, más la ganadería que una siembra. Claro, no sabía quienes eran mis verdaderos padres, pues el rompehuelgas me daba a entender que él era mi padre. Tú, sin embargo, aunque te diste cuenta de que era raro que te dijeran que el rompehuelgas era un niño, no dijiste nada y te hiciste doctora. Ahora me tienes irrigando la finca de tu hijo, y eso porque eres buena, ya que la mayoría de los dueños de fincas ni nos contratan ni nos pagan por nuestro talento.
-Los huelguistas son cómplices de todo- le dijo ella. –Es cierto que yo soy la única de las manifestantes que se preocupó por tí. Para las otras era una simple cháchara sin importancia. Pero ya estamos aquí y por lo menos podemos hacer algo que valga la pena y que no estés siempre en ese descampado donde no se siembra ni se hace nada.
Así que la nueva personalidad de Melchor, que no sería ya la de vendedor de calendarios, sería una nueva personalidad diseñada por la exhuelguista. Para esa nueva forma de ser había que tomar en consideración todo el pasado de Melchor, que se confundía irremediablemente en la nebulosa de su infancia. Habría que recordar al charlatán que lo había criado, y a la novia Aurelia que lo había dejado, como el charlatán, para irse al Norte.
-Alguien debe haber cobrado por lo que te obligaban a hacer- le dijo la doctora. –La nueva personalidad que vas a tener nos obliga a tomar en consideración el hecho de que no te hicieron conciente de tu verdadero talento. Aurelia, como el charlatán, te odiaba en el fondo porque algún día sabrías la verdad. Tu nueva personalidad tiene que ser la de un hombre que sabe que lo usaban mal de niño. Cierto que no es la personalidad más atractiva que te puedo mandar a hacer, pero ya iremos bregando con ese talento tuyo que puede más bien ser un problema si no aceptas tener por lo menos alguna personalidad.
¿Y qué personalidad podía ser la de una persona conciente? La doctora cavilaba mucho sobre ese problema y pensaba que Melchor podría ser escritor. Es verdad que no podría ser escritor y profesor, como la mayor parte de los escritores de la isla. Principalmente porque los profesores vivían en la Universidad, donde había huelgas siempre y estaba el peligro que supone la atracción de la lluvia, que era el problema constante de Melchor.
-Serás escritor mientras tanto- le dijo la doctora. –Profesor, sin embargo, no. Pues tienes que quedarte en el descampado con la señora y el muchacho sin escuela. Recordarás tu vida y dirás que las mujeres son como las gallinas, como todos los escritores de esta isla. Pero te quedas en el mismo sitio para que la lluvia no te cause problemas con la gente que te odiaba.
Así que empezó a escribir que las mujeres son como las gallinas, cosa que era una tradición relativamente acceptable en aquella isla. Sí, en efecto, así se titulaba su primer cuento escrito a mano: Las mujeres son como las gallinas. Y contaba, como es natural, que él era hijo de una mujer como una gallina, que pone y esconde sus huevos. Y Aurelia, su exnovia, gallina como el resto de las mujeres. El primer cuento de Melchor no le gustó tanto a la doctora, pero lo publicó ella por su cuenta en lugar de pagarle por sus habituales visitas a la finca del hijo, que afortunadamente quedaba irrigada siempre que Melchor iba. A la doctora le habría gustado que Melchor fuera todos los fines de semana a la finca y que saliera del descampado, pero la verdad es que no siempre podía ir.
Su primer cuento no tuvo gran resonancia, pues la gente en la ciudad sabía que el autor era un rompehuelgas inconciente. El cuento era aceptable pues era de esperarse que el nuevo autor se apegara a la idea tradicional de que las mujeres son como las gallinas. Pero desde el Norte le llegó una carta de una profesora que le dijo lo siguiente:
-Señor Melchor, yo soy profesora y no doctora como tu amiga porque dejaste de dispersar a los huelguistas con los chaparrones y tu remolque. Lo que te parecía malo era bueno en realidad, pues se evitaba violencia si llovía y la dispersabas. La doctora con la que trabajas ahora se pudo hacer doctora porque no la arrestaron cuando dispersaste la protesta. Ese señor al que consideras un charlatán era en el fondo un hombre muy bueno, pero nadie aquí en el Norte lo quiere admitir. La gente quiere violencia, y tú eres tan humilde que te apegas a la tradición de la isla sobre las mujeres. Es cierto que sin mujer, no tienes la personalidad de un escritor verdadero si no la de una persona diseñada por tu doctora. Pero si te dejaron de joven es porque eres una persona buena y nadie lo quiere admitir. Yo lo admito, aunque soy profesora, pero no te puedo decir quien soy ni quién fui en tu larga vida. Espero que seas feliz irrigando esa finca aunque no sea nuestra. Ya ves, amor, las cosas no se dieron como quisimos. Siempre te amaré aunque esté aquí en el Norte ahora.