Alguna vez estuve en la casa de una dama, madre soltera, que tenía un hijo bien educado al que le había regalado un piano de juguete. Yo era trabajador social y fui a su casa para ayudarla, aunque paradógicamente era el padre de otro nene, también hijo natural, pues mi compañera no creía en el matrimonio. Orientarla sobre la situación social que encaraba era una paradoja, pues mi situación era incómoda en vista de que tampoco vivía con mi hijo. Me aliviaba saber que a su hijo no lo molestaba tanto la ausencia de su papá y que era feliz tocando el piano por las noches.
La dama me invitó a su apartamento para que conociera al nene. Parecía interesarse por mí, tanto él como ella. Me pregunté si al otro lado del mundo, en donde seguramente vivía mi hijo, estaba pasando lo mismo con otro caballero que nunca me conocería. Quién sabe, piensa que soy irresponsable y que no le cumplí a mi compañera y la dejé sola con el niño. La simpatía del pianista me dio gracia. La dama me leyó sus poemas de juventud. ¿Será así el mío con ese otro señor que quizá nunca será mi amigo?
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