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La Bitácora del Volky



José Liboy Erba


No hace poco fui a una estación de gasolina y pude ver en la mesa del mostrador, donde ponen el café ahora, un grupo de cajas de pequeños modelos armados. Vendían uno dieciocho veces más pequeño que el original, de color negro con las bandas blancas. Era un Volky del 56, igual al de mi papá, exactamente, y lo traje a la casa para regalárselo a mi hijo en las Navidades. Pero ya para eso de enero, cuando vi que mi mujer no lo iba a traer como otras veces, abrí la caja y lo desatornillé por debajo para despegarlo de una base en donde viene, y finalmente lo puse entre los trastes de mi cuarto con los libros.


A mi padre le llamó la atención la fidelidad del modelo al primer carro que él tuvo, pero no me dijo nada. Era curioso, porque en esos días yo me estaba construyendo una nueva personalidad por la red electrónica, para darme a conocer entre un grupo de nuevas escritoras, y una de las cosas que había dicho por azar, era que me gustaban los Volkys a escala. Lo dije porque había un apartado del bloque en donde le preguntaban a uno por sus cosas preferidas. En realidad, no es que me gusten tanto los modelos a escala. Sencillamente fue algo que se me ocurrió decir. Sin embargo, ya había uno en la estación de gasolina y por una especie de inercia con esa personalidad nueva, lo compré y lo puse en el cuarto.


Dos semanas después, en la misma estación, pusieron en venta un modelo de Volky reciente, color gris apagado, entre otros varios. A mí no me gustan las cosas hechas, más bien prefiero el papel, los lápices y la acuarela, aunque no soy pintor, pero de cualquier modo, mi talento verdadero es histriónico. Es decir, soy actor, y no me molestaba representar el papel de esa nueva personalidad. El problema es que me resultaba costoso hacer una colección de Volkys, para llevar a cabo una tarea consecuente de actuación. Mudarme a Santa Rita, porque también le había dicho a las escritoras que me gustaban las casas de ese barrio, y hacerme de una colección de Volkys a escala. De todas maneras, me puse a pensar en los Volkys, para hacer un libro sobre el tema, porque parecía interesarle a algunas personas.


Me puse a averiguar por la red por otros modelos más baratos y encontré que efectivamente había muchos. Había muchas fábricas de modelos pequeños, italianas, chinas y norteamericanas, pero me interesó un modelo de armar inglés del Volky, que quise pedir por correo. Bastante barato, no más de cinco dólares, aunque el franqueo me costara seis. La persona que me lo iba a vender, aunque era simplemente un empleado de una casa de descuentos que estaba liquidando esa clase de mercancía, me saludó con una carta my cálida, nada comercial, por cierto, aunque no me mandó luego los costos totales de la venta. Empezé a olvidarme del asunto, pero decidí escribir un libro breve, de no más de veinte páginas, con el formato del manual de la Middle States para la evaluación de las escuelas graduadas, y el arte que ellos usan, con el tipo y todo, porque me gustó traducirlos, pensando en una casa tipográfica de la familia de mi mujer para hacer la impresión. Iba a hacer una especie de manual, pero a la vez diario. 


(Por ejemplo, luego de estos dos párrafos introductorios, empieze a plantear el tema del relato) Algo así, pero escrito a diario con las fechas, eso era lo que tenía en mente. Y me dí cuenta de que ahora convenía desarrollar el asunto del relato, que era esta extraña coincidencia entre la fecha del modelo que encontré en la estación y la fecha del modelo original de mi papá. Lo pensaba hacer con algunas fotografías, escaneadas de mi papá, del album familiar donde aparece su Volky negro, para probarle a mis lectoras que esto estaba pasando efectivamente, cosa de que lo pudieran comparar con una foto del modelo a escala. Pero ya iba a tener que gastar algunos chavos fotografiando el modelo a escala, así que me olvidé de ilustrar el librito, y me dediqué simplemente a escribir la historia, que iba a oscilar entre manual y diario, dependiendo del ánimo que tuviera ese día para proseguir con esto. (Antes de proseguir, averigue si hay libros sobre el tema de su selección en la red). Efectivamente, había una antología de cuentos de Volkys, preparada por una norteamericana que se había dedidado a escribir sobre la reparación del suyo.


Cuando pasan estas cosas, conviene no darle un énfasis excesivo al evento fantástico. La coincidencia no se tiene que tratar fantásticamente. Hay que tratar de ser lo más sobrio y objetivo posible. Se debe tratar de investigar el problema y si es posible formular una hipótesis. En mi caso, no es improbable que una antropóloga esté tratando de estudiarme. El problema, por supuesto, es lo caro que sale hacer un papel de indígena para darle el gusto a la investigadora. Aunque se puede tratar. Es decir, la mayor parte de los libros se vende porque el tema no se ha tratado con toda la sobriedad que requiere, y la gente inteligente lo compra para divertirse. Por ello, cuando uno va a escribir un manual como este, más o menos de cómo pasar por indio, conviene no faltarle el respecto al lector. Se debe tratar de no darle una bofetada a la mujer que te está investigando, si ese es el caso. Esa es mi hipótesis. Usted la puede poner al final o al comienzo del texto, dependiendo. Es decir, todo este párrafo se puede trasladar al final.


No tengo muchas noticias sobre el Volky de mi papá. Lo he visto en fotografías, pero no sé si lo han pintado de nuevo. Puede ser que no se algo más que chatarra, aunque no lo puedo asegurar. O que se haya herrumbrado. La herrumbre es lo más interesante de una isla tropical. Es la gran diferencia. Le impide a mi tío sacar su Volky azul cielo a la playa. Y el mío ni se diga, lo tuve que vender lejos de la playa, en las montañas, para que le quedara algo de tiempo. A veces hay que vender el Volky de uno, para que dure. Es mejor dárselo a un mecánico, que tenerlo cojiendo herrumbre. Pues, de cualquier manera, no tengo noticias del Volky negro de mi papá, si no es porque ahora tengo ese pequeño modelo de metal, de fabricación china. Pero el plástico dura quinientos años. Por paradógico que parezca, si consigo el modelo inglés tengo más chance de preservar esa parte de mi historia familiar. Ahora estoy en esas.


Mi Volky era color vino apagado, originalmente, cuando lo compramos por seiscientos dólares. Lo pintamos de color blanco hueso, y lo cruzamos con un mofle negro por detrás para que no hiciera ruído. Ya la venta estaba prohibida en los Estados Unidos, y se hablaba del gran Volky mejicano, casi siempre de color amarillo. Mi hermano también tuvo uno, pintado de amarillo, y yo aprendí a cambiarle los cables del cloche


El espíritu del ingeniero


¿Cómo no hablar de mis conversaciones con el ingeniero del Volky? O más bien, esa era la impresión que me daba el poeta pelotero que andaba conmigo en el carro, una vez, cuando la policía me detuvo porque se le había caído el bomper. Y este era un gran problema de mi generación. Si debíamos decir bompers o waipers. El problema del bomper me lo planteaba mi amigo, el poeta pelotero. Quiero decir, el Volky original no lo usaba, fue una exigencia de la policía alemana ponerle uno. Y entonces parece más coche de caballos que carro de carreras. Aunque los puristas americanos insisten en vender el modelo a escala sin el bomper, pintado de rosa, la verdad es que sin el bomper, el carro se queda sin historia. Porque esa es una historia del Volky. Es más interesante que la historia del motor, que había que diseñar para que el aire lo enfriara, y no el agua, debido al hecho de que se derretía con facilidad.


Una vez andaba con mi novia, y le propuse enseñarle a guíar con la transmisión estándar, pero tratando de hacerlo se nos partió el guía, y mi papá tuvo que venir a buscarme en el parking de la universidad. O como cuando mataron a Francisco, que era el maestro de matemáticas de las muchachas de sociales. Yo le enseñaba a las de naturales. De cualquier manera, la policía se acuerda de mí, cuando se me agotan las baterías y ellos me vienen a yompear. Pero dejemos a un lado esta digresión innecesaria, porque es preciso, para que una historia tenga algún valor estético, mantenerse en el tema que nos interesa, el de los Volkys. ¿Qué más les puedo decir? Su olor a cuero artificial, el marcamillas redondo en el mismo centro del panel, con ese aire de reloj de cuerdas, y lo interesante que resulta el vidrio grueso. Es decir, qué bueno sería si el marcamillas fuera lupa, ¿a quién se le ocurre? Vas a hacer dinero. El mío era así, el vidrio aumentaba el tamaño del marcamillas, porque yo soy miope. O bifocal, un marcamillas bifocal, no hay más que cortar vidrios de dos espesores con una maquinita vieja. Pero ya veré si consigo una más tarde.


Mi primo los armaba, preparados, playeros, a escala, con tremendo sentimiento. Le gustaba también instalar ojos de buey en las paredes de las casas. Me mostró un Volky rojo de una escala levemente más grande, pero parecía un bizcocho. Parece que la escala es bien importante. Muy grandes parecen bizcochos, muy pequeños parecen insectos simplemente. Parece que lo más que se puede desarrollar en nosotros es el sentido histórico con los modelos a escala, así que hay que pensar en las máquinas originales para hacer marcamillas que sean lupas y otras cosas, dependiendo de que consigamos cristal en la isla.


De cualquier manera, cuando fui a la estación, me trataron de vender un modelo a escala del Volky nuevo. Parece una cámara japonesa. Es perfecto, pero le falta sentimiento. Parece un sapito el modelo grande. Pero con una máquina nueva, tan costosa, uno no se atreve a inventar cosas. Hay que esperar a que se pongan viejos, y entonces les metemos mano. Yo voy a hacer eso. Veinte o treinta años, entonces voy a ver. El mío tenía diez años, el de mi papá también era viejo. En realidad no puedo precisar las fechas muy bien. Puede ser que fuera nuevo.


Me gustaba la guantera, que no era muy grande. Y en el baúl no se le podía meter gran cosa, por el tamaño de la rueda. Los historiadores dicen que el Gobierno alemán le exigía al diseñador que el Volky pudiera cargar con tres hombres y una ametralladora, o una pareja con tres hijos. La guantera, el marcamillas, pero sobre todo el marcamillas era lo más interesante. Todo lo demás era funcional, de escaso valor estético. Y si lo piensas, la carrocería también era olvidable. Lo que pasa es que yo hablo de una época en la que casi no había carros. Todas esas experiencias se pueden compartir ahora mejor que antes, y no es imposible que en treinta o cuarenta años empiezen a contarse historias de los Volkys.


Muy pronto, el tema puede desencantar a una persona inteligente. Sorprende lo poco que se escribe sobre el asunto. Me he comunicado con mi amigo Edgar Ramírez, quien ha contribuído con una anécdota sobre el Volky amarillo de mi hermano, en el que anduve un tiempo cuando vendí el mío. “Sólo que me recordé ahora de uno amarillito o era azul ya ni sé, un volki, a lo yellow submarine, con todo y alucinógenos al que le rompimos el fondo, el piso, pués nos metimos como 10 u 8 jóvenes manganzones universitarios, y comprenderás el peso...Uf uY! que estampa me has hecho recordar.... “. Es una historia verdadera, que además me recuerda el hecho de que originalmente, el piso del Volky era de madera, y que en un vericueto de la historia de su diseño fue que se le cambió el piso por metal. Como el propio Edgar me recuerda, efectivamente se le rompió el piso al Volky amarillo, justamente por donde se hunde el pedal del cloche. A ese carro tenía que cambiarle a cada rato el cable del cloche. Cualquiera pudo haberme visto en la calle Domenech, donde se me había quedado, metido por debajo con un cable nuevo.


Otra anécdota que recuerdo es una historia que contaban del escritor indigenista José María Arguedas, quien supuestamente no había podido pagar la mensualidad de un Volky poco antes de que se suicidara. Historia extraña si se piensa, pero muy significativa.  La escritora norteamericana que editó Bugtales, una antología de cuentos escrita por una variedad de personas que cuentan historias sobre sus Volkys, tiene una página donde compila las historias de la gente. Si la historia le parece buena, la incluye en su libro y le manda una camiseta con un ejemplar al escritor. Yo le mandé una:


Volkswagens


When I was two or three, my uncle came to my house with this red car, for which I identified him, without thinking there was a cult around this machine in my family. Because my father also had one when he was young, though he told me later. When I was eighteen, my father gave me one as a gift. It was a vine colored machine and very old. His car was black, he told me. My uncle’s was sky blue. I drove the car for three years more or less, after my father made it painted bone white. Then my brother had one of his, painted yellow. I learned simple mechanical repairs with my Volkswagen, until I sold it for six hundred dollars in a far away town.

 

I gave great rides in the car. The machine resisted all weathers and all kinds of people. I forgot all about it until the other day, when people in my town began to collect little scale models. I bought one, precisely the 1956 model, which is the one my father had as a young man. My father tells me it is even painted black, as his own car, which gave us the creeps, because we were beginning to think someone was making an investigation on our cult. So I bought the scale model for my son, because he is just only ten years old, waiting for his mother to bring him.



Suddenly, the gasoline station in which I bought the little model, began to sell all kinds of scale models. Very little ones with surf paddles stucked to their backs, some of middle size, which opened all of their doors. But the big ones had a defect. They do not open the front hood. They show the engine, but the hood in which the spare wheel is attached does not show up. Which made me wonder, because the models are hightly detailed.


Tought I didn’t wanted to make a collection, the people on the store thought I wanted to make one and they advised me not to buy them ready made. So I ordered one scale car model who could be built, and I looked for short stories on Volkswagens as I have great interest to share my experience.


Ahora quiero incluir un cuento breve en donde hablo con el espíritu de Porsche, el ingeniero del Volky.


Mi Volky


Yo tenía un Volky blanco hueso que me regaló mi papá en 1983, más o menos, cuando me fui a estudiar literatura. Cuando él me lo trajo era color vino apagado y él me lo mandó a pintar de ese color. Monté a un amigo el primer día que me lo trajeron y como tenía los mofles rotos, hacía un ruído tremendo por la calle. Pero con la pintada se le mandó a poner un mofle de lo más bonito, un mofle negro y largo que lo cruzaba por detrás, de un lado a otro. La cuestión es que yo no tenía carro hasta entonces, guíaba uno prestado, pero tan pronto tuve el Volky también conocí a una muchacha y enseguida nos fuimos a la playa y hasta nos mudamos juntos. No me preocupaba gran cosa la mecánica del aparato, pero me gustaba el tembloroso marcamillas, y en general cierto olor a cuero artificial que tenía el panel de instrumentos.


Lo olvidaba casi todo el tiempo, lo dejaba tirado en la calle. Podía ir a la isla con él sin problemas, no me dejaba casi nunca. Cuando una vez le falló el carburador, bastó ponerle una media en el filtro para que se moviera. Una vez traté de enseñarle a mi novia la transmisión, para que lo pudiera guiar hasta Humacao, pero entonces fue que se partió el guía y poco después nos separamos. Una vez fui con mi novia a visitar a mi abuela en el Volky y la monté en el asiento de atrás. Fuimos a buscar unas chinas mandarinas a la casa de su consuegra. Ya para ese entonces, el bomper de al frente se le caía. Cuando finalmente se lo quité, me monté con el espíritu de Porsche, el ingeniero del carro. Mi amigo Edgardo, que es media unidad espiritista, me puso en contacto con el ingeniero que lo inventó y empezamos a hablar precísamente del bomper.


-Fíjate- me dijo. –El diseño original no llevaba el bomper. Por eso se le cae, pero la policía alemana lo exige. No llevaba bomper.


La policía de la isla también me paró por no llevar el bomper, y si no es porque Edgardo es pariente de un oficial, nos habrían detenido. La cosa es que el carro se fue

desgalillando poquito a poco. Lo vendí cuando le reventaron los espares, eso por tener que subir una cuesta empinada de Quebrada Arenas todos los días. Comoquiera que sea, estuve a punto de arreglarlo con unos tornos que se le pegan a los boquetes de los espares. Pero lo vendí casi enseguida cuando me fui de la universidad.


En 1987, cuando lo vendí, fui a Caguas con el carro y lo entregué sin el bomper. Entonces vino un ingeniero a hablar conmigo sobre el olor del panel de instrumentos. También era espiritista el intermediario, pero no era Porsche el muerto. Era otra persona.


-Yo no te voy a dar los detalles sobre el olor del panel, que es lo mejor que tiene el carro. Ese olor lo coje con el tiempo. Tratamos de reproducirlo en los modelos nuevos porque lo rancio del carro es lo que atrae a la gente.


-Se pueden hacer estudios de radioisotopía. El panel es de plástico. Se puede hacer algo, no sé.


-Yo soy un muerto de cualquier manera- me dijo. –El espíritu de un ingeniero de minas mejicano. Ese olor que te gusta es lo mío.


-Si el plástico se pudre, pueden empezar por ahí- le dije.


Cuando terminamos de hablar, le entregué el carro y me vine en guagua hasta San Juan. En 1989, me dijeron que alguien lo había pintado de otro color, pero sin mayores detalles.


-Sí- me dijo el interlocutor. –Yo vi cuando lo volvieron a pintar.


-Deben de haberlo pintado de azul- le dije. –Pero ahora mismo no lo puedo averiguar. Lo que sí es que cuando hablé con Porsche, el ingeniero, me dí cuenta de que nunca lo habían pintado de amarillo, como el de mi hermano. Y eso me hizo pensar en la vida. Pensé en la vida

.

-Bueno- me dijo. –Porque estuvo pintado de otros colores

.

-Sí- le dije. –De muchos colores. De amarillo no.


-Conviene el comentario filosófico, ¿no es cierto?-


-Vamos a hacer uno- le dije. –Que uno nunca sabe de qué color fueron las cosas. Que las cosas podrían haber sido de otro color.


-Correcto- me dijo el mecánico. –Tus ojos pudieron ser azules y son marrones. Tu Volky pudo ser amarillo y lo pintaron de blanco

.

-Es correcto, es correcto- le dije.


-Ahora un comentario interesante-


-Biológico- le dije. –Todavía no lo tengo muy pulido. De cualquier manera, no me pasó con un Volky. Fue con un carro japonés. Es decir, con una muchacha que guiaba un carro japonés. Y el color blanco de su carro. Blanco hueso, igual que mi Volky, era el color de carro de ella. Ese color me gusta más que el carro en sí.


   Jaques Poulin publicó en 1984 la novela Volkswagen Blues. sobre un viaje en Volky del autor canadiense a California. El texto se lee en las universidades canadienses como parte del currículo de bachillerato y como podrá imaginarse el lector, ha dado pie a toda una serie de reflexiones sobre la etnicidad de la novela. He conseguido un fragmento del texto en francés con el objeto de demostrar que el culto a los Volkys que se viene observando en la estación de gasolina de los Paseos y otras areas aledañas a Río Piedras reviste un interesante aire canadiense y embriológico, por añadidura. La antología de la norteamericana que compila Bugtales en California tiene otro sentido, más a tono con el Romanticismo utilitario que le conocemos a Novalis. La novela de Poulin es más contemporánea. He aquí un fragmento de la novela de Poulin, según lo encontré en la red.


Les manchots empereurs sont de grands pingouins.


Quand l’hiver s’annonce dans l’Antarctique, les manchots empereurs font le contraire des autres oiseaux: au lieu d’émigrer vers les pays chauds, ils se dirigent vers les bancs de glace qui se trouvent dans les régions les plus froides du globe. Ils vont là chaque année, pour donner naissance à leurs petits..

Une fois qu’ils se sont accouplés et que la femelle a pondu son oeuf, le mâle prend l’oeuf et le place dans une poche incubatrice qu’il a sur le ventre. Ensuite la femelle s’en va. Elle fait ses adieux aux mâles et elle quitte la banquise pour aller pêcher en eau libre. Les mâles restent tout seuls avec leurs oeufs et ils ne mangent rien du tout pendant huit longues semaines


Pour se protéger contre le vent, le froid et la poudrerie, les mâles ont inventé un système qui leur est particulier. Ils forment un grand cercle, en mettant les plus faibles d’entre eux au centre, et le cercle tourne lentement sur lui-même. Lorsqu’ils ont repris des forces et qu’ils se sont réchauffés, ceux qui étaient au centre cèdent leur place aux autres, de sorte que chacun à tour de rôle est exposé au froid et vient ensuite s’abriter au milieu du cercle. C’est de cette façon que les manchots qui vont devenir pères réussissent à survivre et à se protéger du froid en attendant le retour de leurs amies.


Los  emperadores son grandes pinguinos


Cuando el invierno se anuncia en el Antártico, los emperadores hacen lo contrario a lo que hacen otras aves: en vez de emigrar a los países cálidos, se dirigen a los bancos de hielo que se encuentran en las regiones más frías del globo. Van allí cada año para hacer nacer a sus pequeños.

Una vez que se han apareado y que la hembra ha puesto el huevo, el macho lo toma y se lo coloca en un bolsillo incubador que él tiene en el vientre. Enseguida la hembra se va. Ella se despide de los machos y deja el banco para nadar en el agua libremente. Los machos se quedan con los huevos y no comen nada durante largas semanas.

Para protegerse contra el viento, el frío y la podredumbre, los machos han inventado un sistema que les es particular. Forman un gran círculo, y meten a los más débiles en el centro, y el cerco da vueltas lentamente sobre sí mismo. Cuando los débiles han recuperado sus fuerzas y se han recuperado, los que están en el centro le ceden el lugar a los otros, de suerte que a cada uno le toca su turno con el frío y el viento. De ninguna otra manera los que crian a sus hijos querrían sumarse a la cría, si no es porque esperan el regreso de los que se van.


Rafael Acevedo también me ha dicho que su papá tuvo uno: “Mi viejo tenía un volky color blanco hueso. yo me escondía en la parte de atrás (tenía una especie de cajón entre el sillón y el motor) para sorprenderlo cuando salía a tomarse una cerveza a la agencia hípica. él se hacía el sorprendido y me llevaba a la panadería, como castigo por asustarlo me compraba algún dulce, se tomaba su cerveza y regresábamos a casa”.


2


Gustavo Quintero, de viaje por Argentina, se comunicó conmigo para compartir experiencias ya que había estudiado como yo Literatura Comparada. Fue a través de Gustavo que pude leer la novela de Poulin casi completa, pues me envió por correo un ejemplar de Volkswagen Blues. La experiencia del personaje más que otra cosa me llamó la atención por la similaridad de su vida con mi vida. Los dos salimos con una muchacha que originalmente iba a ser la novia de un supuesto medio hermano con record penal que teníamos los dos. Yo no terminé de leerla porque el viaje del personaje con ella es para dar con el paradero del hermano y dejar a la muchacha con él. Yo me casé con ella, ya que dimos con el paradero del que decían que era mi hermano, pero comprendimos que no se iba a casar con ella. Yo iba a ser su esposo, ya estaba conmigo hacía unos años y el hermano fue el testigo de la boda con ella.


Otro asunto que me llama la atención es el personaje de La Mirada de René Marquez, al que su padre le regala un Volkswagen para que deje de trabajar en una finca y estudie. El personaje no quiere el Volky. Parece que eso importaba en aquella época, eso tenía algún significado peyorativo o humillante, que le restaba hombría al varón, tema por excelencia de René Marquez. Ahora puedo entender por qué el profesor de teoría literaria nos pedía que dijéramos algo sobre los Volkwagens en un cuento o en una bitácora como ésta.


3


Otra cosa que tiene que ver con los Volkwagens son los clubes cibernéticos. Me he apuntado en dos de esos clubes para ver si averiguo alguna cosa curiosa o que valga la pena. Todavía se publica la revista VW, que era famosa en los años setenta y que ha vuelto a publicarse, aunque no me he animado particularmente a adquirir una, ya que no creo que digan nada que me llame la atención. Mi primo Omar tenía catálogos de piezas de Volkswagwen y me parece que en la antigua biblioteca de mi padre, que es el cuarto de mi hermano menor en la actualidad, hay un viejo catálogo fechado. El tema tiende a ser agotador si uno se fija demasiado en el asunto.

Ahora hay un canal de televisión dedicado a los Volkswagens, donde se pueden ver todas estas cosas. Les sucede lo mismo a todos, el marcamillas y la guantera por estrecha es lo que más les llama la atención. Parece que ya no es tan fácil guiar un carro con transmisión estándar, pero se ven muchos modelos bien conservados y a la vez banales, con marbetes de Puerto Rico, lo que quiere decir que todo esto lo hacen en la isla donde resido. Yo sigo escribiendo esta bitácora con la idea de llegar a alguna parte, aunque sé que eventualmente tendré quen llegar a alguna conclusión.


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