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Problemas con los oídos

Viaje a la torre 3



Ir a ver a mi amigo Net Carlo se ha convertido en un problema logístico que espero resolver en breve. He tenido que pensarlo detenidamente porque estoy por llevar textos nuevos a Isla Negra para un segundo libro y estoy por preparar una edición crítica del primero. Es posible que vaya a verlo el mismo día en que haga el viaje a la editorial en Hato Rey. Aunque no oigo bien, he descubierto que puedo hacer todo si pienso detenidamente en las cosas que voy a hacer en la semana. Por lo general, llevo a mi madre a cantar a la iglesia los sábados, el mismo día en que llevo de regreso a mi hermano a su condominio, la torre 2 de Borinquen Towers. Net vive en la 3 hace como veinticinco años, desde que nació mi hijo. Antes lo buscaba en Puerto Nuevo para llevarlo a San Juan. Hace como veinticinco años que no veo a Net, aunque sé que vive cerca de mi hermano. Me interesa el libro blanco de Net Carlo y escribo esto hoy 29 de octubre, día en que otra de las integrantes de la revista Página Robada, Lilliana Ramos, cumple años. Todo hay que atarlo fijamente porque Carlos Roberto quiere hacer una edición crítica del primer libro y uno de los ensayos críticos que él quiere incluir es de Lilliana Ramos. He decidido tomar nota de estos acontecimientos porque es muy posible que pueda terminar un cuento sobre mi encuentro con Roberto Net Carlo. Este texto es sólo el principio del relato sobre mi sordera.

Mi madre se puso unos adífonos para resolver el problema, pero eso es porque un lavado para extraerle el cerúmen que tiene acumulado afectaría la flora de sus oídos y aunque podría volver a escuchar bien, se le infectarían los canales auditivos debido a su edad. Cuando a mí se me tapaban las orejas en la infancia, me los destapaban con un medicamento, pero se me infectaban después del tratamiento y era doloroso recuperarse. Por eso comprendo a la audióloga que prefirió ponerle micrófonos en los oídos. Una infección de oídos a su edad sería peligrosa. Yo no he decidido ponerme en tratamiento de óxidos porque voy a sufrir infecciones aunque vuelva a escuchar bien.

En realidad, ese problema es una cuestión de decisión. Mi madre se puso los audífonos porque no quería dejar de cantar en el coro. Yo lo haría para volver a las presentaciones de libros, pero en ese caso me enfrentaría a los dolores de una infección posterior al tratamiento, no me pondría audífonos. Ponerme esos audífonos quiere decir que acepto que soy mayor. En eso estoy, en las de ver si acepto que soy viejo de verdad.

El problema logístico que supone buscar a Net se puede ver bien hoy, que aunque tenía la guagua a mi disposición y era justo hoy uno de sus días libres, cuando le puse el marbete al carro que tenemos para buscar a mi hermano, que es un poco más cómodo, pensé sin embargo en ir a verlo en la guagua y quedarme un rato en su apartamento. Chocar el carro como lo chocó Javier porque está perdiendo los reflejos es lo que mi madre no quiere que pase conmigo. Lo esencial para mi madre es llevar a mi hermano de vuelta los sábados. Por eso no podía ni pensar en ir hoy a la casa de Net. Cuando pensé que podía ir en la guagua, que no le importa tanto a mi madre, los jardineros que recortaban la grama se quedaron sin batería y les tuve que prestar la guagua para cargarla. Así perdí la oportunidad de comunicarme con Net. Otro problema que tengo es buscar la comida, pues Javier no quiere hacerlo. Un servicio de Uber para restauranes que reparten comida resolvería bastante bien el problema de comer y cocinar, pero es costoso. Tengo entonces que seguir haciendo compras de comida todas las semanas.

Un punto a mi favor es que resolví el problema de una notificación periódica que me daba la computadora sobre mi cuenta de Outlook. No era mía la de Outlook, sino de mi padre y bastante antigua. Microsoft me notificaba que estaba outdated y que tenía que arreglarla, pero cuando traté de mandarle todos los cuentos de un segundo libro al editor de Isla Negra, la computadora me dio un aviso de que no la tenía activa y la arreglé después de un año de constantes notificaciones. Me hicieron una llamada telefónica y como tengo el auricular para la sordera que ya tiene mi madre, pude escuchar el código numérico de la operadora y activarla. Claro, que también me notificaron que mandar todos los cuentos en un paquete son demasiadas megafichas y tendría que tener el servicio premium del Outlook para enviarlos todos en un sólo mensaje. Acaricio esa idea por ahora, como acaricio la idea de instalarle Control 4 para escanear papeles en documentos de pdf. También es un servicio especial y la computadora que tenía antes lo hacía sin problemas

Pero lo esencial sigue siendo Net. Todo el dinero del mundo resolvería como se ve tonterías, más bien lujos. Que se me haga difícil ir a ver a mi amigo para tener de nuevo su libro blanco, eso sí me apena. El libro blanco de Net Carlo apareció poco después de la publicación de la revista que dio a conocer su personaje, el beodo Bing. Pocos saben que el beodo Bing es su alter ego, casado como estuvo con Tere Lugo, de la poesía de Net Carlo sólo habla el Che Meléndez en Poesiaoi. Me parece que uno de los poetas de la antología del Che ha fallecido recientemente y que Net necesita consuelo. Con la persona que más anduve de joven, antes de que naciera mi hijo, fue justamente Net Carlo, pues tuve un hijo con una mujer Lugo como Teresa. Por eso todas estas pequeñeces sobre las computadoras no se equiparan a la realidad de que se me haga dificil a esta edad dar con mi viejo amigo.

A pesar de todo, me he comunicado con las editoriales y las personas que alguna vez me publicaron cuentos cuando no existían los blogs como ahora. Todo ha cambiado tanto que me maravilla pensar en el pasado, cuando las taquígrafas tenian que pasar textos escritos a máquina a los rotativos y las revistas. Nada de eso se ve ahora. Es un mundo completamente diferente. Nunca el muchacho Delgado que me dejó una ruta del Nuevo Día a los doce años se imaginaría que ahora los periódicos se reparten gratuitamente en los semáforos. Por eso estoy agradecido de personas como Delgado, pues valían cuando me las dejaron. Al que me dejó la ruta le presenté a su novia testigo de Jehová, afortunadamente se lo pude agradecer y tiene dos esposas. Sin embargo, a mis editores no les he podido presentar pareja. Bueno, sí conozco a la taquigrafa que pasó mis cuentos en Claridad, tuvo a mi hijo con la mujer Lugo, que es la que me dio el código de Outlook por teléfono. Todas están ahí y ahora estoy pensando mandar cuentos al por mayor. Mi madre me dice que me pondría en premium de Outlook para mandar textos en grandes cantidades a mis editores.

A Carlos Julio Delgado, el muchacho que me dejó la ruta, no fue tanto que le presenté a su novia. Se la recordé, que no es lo mismo, me encontró con ella en la Ponce de León, cuando se había cambiado el nombre a raíz de la huelga, como él que se llamaba Eduardo Carrión después de la huelga del 81. Ella se llamaba Michelle Dávila cuando éramos vecinos. Siempre desde la adolescencia me hizo ver que quería a Carlos Julio. De verdad, Michelle era testigo de Jehová, y al igual que él, tenía una especie de representante corporativa o procuradora por su indisciplina. Pero cuando ella me buscó en la Avenida, le recordé que quería al vecino que era como ella, con su representante disciplinario. Afortunadamente se casaron, aunque la mujer que la procuraba también quiso ser su esposa. Entonces de verdad eran de esa religión.

Poco antes de que naciera mi hijo con Nayda, estaba con Net en Aquí se puede y me encontré a las dos hijas de Delgado sirviéndole comida a los borrachos. Se dedicaban a obras piadosas las dos hermanas Delgado y eso fue lo que me decidió a traer a mi hijo a la vida con la taquígrafa de Claridad. Ahora sé que una de ellas colabora en un diario reflexivo con uno de mis editores. Nicole Delgado también es alguien de mi pasado. No sé si es hija de Michelle o de la mujer que la procuraba. Sí sé que es hija de Carlos Julio. Pero en el taller le da a entender a los muchachos que tiene dos novios y que prefiere ser todo lo contrario a una de las dos esposas del padre. Es tierno porque no se retrata con ellos y dice que ella es como E.T. el extraterrestre. Yo la ví hace veinticinco años y sé que es bonita como su madre.

Por estas razones me he comunicado con mi actual editor, Aravind Adyanthaya. Tenemos pactado un nuevo libro sobre el tema de las ciencias, algo que le interesa a los testigos de Jehová. La Iglesia Católica más radical casi siempre los recibe cálidamente si deciden que van a dejar esa fe. Es el caso del Hospital Menonita, que es una organización ecuménica y que se preocupa por dar a conocer las vacunas. Si yo no hubiera estado vacunado cuando andaba con Michelle, ella no estaría casada con Carlos Julio, sino conmigo. Los que nos vacunamos los podemos ayudar aunque tengan esa religión incómoda. Pactado el libro con Adyanthaya, no me queda sino enviarle las primicias de este relato sobre mi vida de viejo.

Lo último que me queda por decir es que la batería de los jardineros se descargó por una baja de presión. El jovencito se sentía mal pensando que la guagua de su padre estaba muy vieja, pero le hice ver que no era la edad del carro el problema porque la Rodeo es vieja y la batería nueva, como la de su papá y sin embargo se agotó la batería nueva de la suya. Es una batería americana, eso no pasa con las baterías de Asia. Una baja de presión atmosférica no las descarga como a las americanas. En este vecindario agreste eso sucede bastante comunmente.

2

Como un año después de este primer escrito, recuperé mi audición completamente sin tratamiento alguno. El doctor Adyanthaya me había recomendado un lavado, pero me había resistido a semejante medida porque iba a perder la flora natural del oído y me habría pasado lo mismo que en 1981, cuando en efecto tenía el oído lleno de cera. El doctor Rodríguez, que me recomendó la doctora primaria Morales, me recetó unas gotas y me citó para un lavado, pero decidí no hacérmelo para evitar una infección. Mi decisión fue acertada, aunque me tardé mucho más tiempo en reecuperar. Una cita con Salud Mental me ayudó en lo que se refiere al periodo depresivo que viví sin oir. Posteriormente, me llamó la atención la historia de Michael Chorost, un caballero de Sillicon Valley que al perder la audición por causa de una secuela infeccciosa de su infancia, se hizo implantar un decodificador en el tímpano, que lo ayudada a reinterpretar su entorno auditivo. Su cerebro más que el tímpano era el problema del Sr. Chorost, y la instalación del dispositivo más bien una ayuda temporera que algo definitivo. Me llamó la atención, de un artículo científico suyo, que sus padres le tenían entre sus discos el Bolero de Ravel, pieza musical que la profesora Fishler nos asignó en el pasado, y que él tenía como la referencia obligada en lo que a música se refiere para sentir que se había logrado recuperar. La profesora de apreciación musical que nos dio Bolero, casualmente era la esposa del profesor que nos dio el idioma de comptutación Pascal en el Departamento de Matemáticas de la Universidad. Leí este escrito para comprender de una vez y por todas que me había recuperado completamente, aunque tuve que esperar más tiempo sin la ayuda de un dispositivo como el que se implantó el escritor de California.



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